
El estrés es una respuesta fisiológica inherente al ser humano que activa el mecanismo de «lucha o huida» ante una amenaza percibida. Esta respuesta se desencadena tanto ante situaciones de peligro real como frente a aquellas que nuestra subjetividad interpreta como amenazantes. Por ejemplo, eventos como un robo, un conflicto laboral, un examen académico o incluso un encuentro romántico pueden generar una activación del sistema de estrés similar.
Diversas investigaciones han identificado al estrés y a las emociones como factores desencadenantes importantes en el aumento de la ingesta de alimentos. Es habitual que una emoción negativa nos lleve a comer incluso cuando no sentimos hambre. Este comportamiento se comprende como un mecanismo de afrontamiento, donde la búsqueda de alimentos no responde a una necesidad nutricional, sino a un intento de calmarse. La pregunta que surge es: ¿por qué reaccionamos de esta manera?
La doctora Mónica Katz, especialista en nutrición y fundadora del Equipo de Trastornos Alimentarios del Hospital Durand, explicó en su libro «Somos lo que comemos, verdades y mentiras de la alimentación» que desde la infancia aprendemos a asociar la leche materna con una reducción de la ansiedad. Por lo tanto, comer se convierte en una estrategia para disminuir los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Esto explica por qué muchas personas recurren a la comida en momentos de ansiedad: no buscan alimento, sino una forma de aliviar el estrés.
Estrés Crónico y Hambre Emocional: Perspectivas Médicas
El doctor Maximiliano Kuttel y la licenciada Belén Despierre, coordinadores del equipo de Trastornos de la Conducta Alimentaria del Hospital Italiano de Buenos Aires, han corroborado esta perspectiva. Ellos afirman que el estrés tiene una influencia directa en múltiples comportamientos humanos y que el estrés crónico incrementa los niveles de cortisol en sangre, lo cual impacta significativamente en el estado emocional y puede desencadenar hambre emocional. En estos casos, es frecuente la preferencia por alimentos hipercalóricos, especialmente dulces, que elevan la producción de serotonina y proporcionan un alivio momentáneo al malestar inducido por el estrés.
La doctora Katz señaló que el estrés y el cortisol interfieren con la función normal de ciertos neurotransmisores, provocando hambre emocional. La serotonina, un neurotransmisor asociado con la saciedad, el control de impulsos y el buen humor, se ve afectada en quienes tienen altos niveles de cortisol, resultando en una mayor inclinación por dulces y almidones y dificultad para detener la ingesta. Además, la depresión asociada puede agravar la tendencia a comer en exceso y ganar peso.
Los estresores pueden ser variados: físicos como una quemadura, químicos como una intoxicación, psicológicos como la pandemia de COVID-19, o meteorológicos como un tsunami. Un despido laboral, por ejemplo, puede ser percibido como una amenaza significativa a la seguridad personal, activando la respuesta de estrés. Katz también habló sobre la alexitimia, un trastorno psicosomático donde las personas confunden emociones como el enojo o el aburrimiento con hambre, lo cual puede llevar a comer en exceso sin tener hambre real.
Comida y Emociones: Mecanismos y Consecuencias
María Isabel Flores, especialista en obesidad y comorbilidades de la Universidad Iberoamericana de México, explicó que la ingesta excesiva en respuesta a emociones negativas tiene fundamentos tanto biológicos como psicológicos. Los sentimientos negativos aumentan la secreción de cortisol, lo que eleva los niveles de insulina y el apetito. Psicológicamente, el estrés se combate a menudo con el consumo de alimentos reconfortantes que generan una sensación de confort.
Comer es uno de los placeres fundamentales de la vida, ya que involucra la selección de alimentos apetitosos que estimulan la liberación de endorfinas, mejorando el estado de ánimo. Sin embargo, el problema surge cuando la comida se utiliza como calmante emocional. Según Katz, las emociones como el enojo, la ansiedad, el aburrimiento y la tristeza pueden desencadenar un consumo descontrolado de alimentos, preferentemente aquellos considerados como «comidas de confort», que suelen ser altos en carbohidratos, azúcares y grasas.
Las comidas de confort evocan recuerdos felices y seguros de la infancia, como el helado o las galletas, y se buscan como un recurso atávico para mitigar el estrés y la incertidumbre del presente. Sin embargo, a mayor consumo de estos alimentos, menor es el nivel de estrés percibido a corto plazo, aunque esto puede conducir a problemas de salud como la obesidad.
Los estudios sugieren que la preferencia por ciertos alimentos reconfortantes varía según el género. Las mujeres suelen optar por helado, chocolate y galletitas, mientras que los hombres prefieren sopas, pizza y pastas, posiblemente debido a las diferentes asociaciones emocionales con la comida casera y el trabajo de preparación.
La doctora Katz identificó tres problemas principales del comer emocional: primero, se establece un patrón cerebral donde la comida se convierte en el primer recurso para calmarse, en lugar de otras actividades más saludables; segundo, se pierde la función informativa de las emociones, ya que se enmascaran con la ingesta; y tercero, no se mejora la calidad de vida, quedando atrapado en un ciclo que puede conducir a ganar peso excesivamente.
Para gestionar el hambre emocional, los expertos recomiendan identificar la emoción subyacente y buscar formas adecuadas de afrontarla. También sugieren reorganizar el estilo de vida para reducir el estrés crónico, incluyendo una dieta adecuada y actividades físicas y recreativas regulares. La doctora Katz enfatiza la importancia de trabajar con psicólogos para distinguir entre emociones negativas y hambre real, especialmente en personas con características psicosomáticas predispuestas a la alexitimia.
Algunas recomendaciones prácticas para controlar el hambre emocional incluyen: implementar estrategias de gestión del estrés como mindfulness y técnicas de relajación, identificar y desafiar pensamientos que llevan a comer emocionalmente, comer porciones pequeñas a lo largo del día para controlar el hambre, buscar nuevas formas de enfrentar las emociones, garantizar un buen descanso, planificar actividades alternativas para anticiparse a los antojos emocionales y hacer ejercicio regularmente.